miércoles, 11 de julio de 2012


Hace mucho tiempo, cuando las cosas no eran como ahora y la vida era más fácil para un niño de quince años, estoy hablando del año ochenta y cinco, nuestro sueño era, y digo nuestro, porque era el mío y el de mis amigos, era ver nuestro equipo de fútbol en primera, para nosotros era el domingo por la tarde la gran fiesta. Ver nuestro viejo estadio lleno, silbidos, gritos, sudor, emoción, alegría, como describir todo lo que sentíamos. Cuando la ilusión por vivir la tenías a flor de piel y tus sueños todos por cumplir, la vida era toda una experiencia, saboreando cada instante. Los preparativos para el partido empezaban el sábado por la tarde. Quedábamos sobre las cinco en el jardín de los perros, de los perros porque la gente llevaba a sus lindos caninos a pasear, aparearse, etc. Una vez allí, analizábamos al rival, sus puntos débiles, nuestras ventajas y desventajas, mientras nos tomábamos algún calimocho (vino con coca-cola). Siempre comentábamos como podríamos hacer nuestro estadio más bonito, como esos de la tele, donde sus aficionados tiraban rollos de papel, agitaban banderas, bufandas, cantaban, gritaban, en nuestro campo no pasaba nada de eso y queríamos algo así para nosotros, ya estamos en primera y nada de eso pasa en nuestro campo. Nosotros lo cambiaríamos. Cerca del jardín había un pequeño centro comercial, de los primeros que pusieron en mi ciudad, ahora hay unos diez, pero eso es otra historia. Decidimos esa misma tarde entrar a los aseos del centro comercial y robar los rollos de papel higiénico para el domingo arrojarlos al campo, cuando salgan los jugadores los tiramos a la vez, daremos un golpe visual que todo el campo nos mirara, haremos como en esos campos grandes, donde el papel tapa a la gente. Dicho y hecho, la coordinación entre nosotros tenía que ser perfecta, cada uno entra en un aseo y saca un rollo de papel, perfecto. Cuatro puertas, cuatro colegas. Entramos. Salimos los cuatro y solamente tres rollos. ¿Qué pasa?, mi aseo estaba cerrado. Joder, el plan no ha salido bien. Pensemos. Esperamos haber si sale alguien. Nadie salía. Vamos a asomarnos por la ventana y veremos si está ocupado ó está vacío y lo tienen cerrado porque está roto. Te aupamos entre los tres y te asomas. A la de una, dos y tres, arriba. ¿Qué ves?, aquí no hay nadie. Un hombre sale de repente subiéndose los pantalones. Seréis mariquitas, ¿es que queréis vérmela?. Tierra trágame. Me cago en vuestros muertos, mirones de mierda, como os coja os voy a dar de ……. Me cago en la leche que este tío va en serio. Se escucho un grito “mariquita el ultimo”. Salimos corriendo hacia él, era la única salida, al pasar por su lado, nos lazo una patada que le dio al que se asomo. Se paro se dio la vuelta y le grito. (Los insultos e improperios que le lanzo los omito). En mi vida había corrido tanto y tan deprisa. Yo que soy el que menos corre de los cuatro, les gane. Pero teníamos nuestro objetivo cumplido, teníamos los rollos de papel para el gran partido. Domingo por la tarde, camino del campo, recordando lo sucedido la anterior tarde nos moríamos de las risas. Una vez en el campo, los equipos a punto de saltar al terreno de juego y nosotros con los rollos escondidos. Saltan al campo y zas, lanzamos los rollos, uno sale bien, el otro se rompe el papel y cae el rollo entero en la cabeza de un hombre que estaba tres filas más abajo y el otro rollo ni me acuerdo donde fue a parar. La gente se da la vuelta y empezaron a gritarnos “TONTOS DEL PIJO”, como se dice aquí en mi tierra, pescozones nos calleron unos cuantos de la gente que teníamos alrededor, empujones, en fin, el efecto visual fue, pero para llevarnos más golpes que otra cosa. La ilusión la pusimos, el equipo perdió como siempre y al final de temporada bajo a segunda. Ahora no tenemos ilusión, pero tenemos campo nuevo y grande y estamos en primera. VIVA EL FÚTBOL.